Creo conocer gran parte de lo que me
hace ser como soy, más que a mí mismo. Se me escapan muchas cosas. Me veo
paseando por espacios abstractos dejando atrás ruinas y reliquias. Huelo en el
viento lo que está por venir. La apariencia del entorno es diferente a cada
paso. El cielo ayuda a ello. No dejan de variar las radiaciones reflejadas allí.
Emiten diferentes sonidos, colores y sensaciones que te envuelven.
Una de las diferencias entre la
vigilia y el sueño en ese mundo es quién toma las riendas del viaje. Me fio de
ambas manos para ello. Cada una sabe algo de sí misma. Cada una conoce a la
otra mejor que nadie y ha estado en su lugar. Simétricas y complementarias.
Este planeta gira en torno a un
momento en el que puede llegar a converger con otros. Estos encuentros provocan
colisiones que crean un nuevo aspecto en el entorno difícilmente apreciable
hasta que no han pasado. Cuanto mayor es la intención de los invasores de modificar
las condiciones del ecosistema propio, más resistencia encuentran.
Pero cuando pasan como una brisa,
como un susurro, como una caricia… como parte del cielo, sin materia o
conceptos concretos, como estrellas que pueden llegar a deslumbrar, entonces pueden
hacer visibles en mi mundo cosas que ya estaban allí. Entonces brotan nuevos
códigos, como si necesitaran un sol y un agua que no habían aparecido hasta
entonces. Todo el planeta se convulsiona y su naturaleza adquiere más vida que
nunca.
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