21.2.11

El peregrino: el periplo continúa

-El camino fácil es para cobardes -Meditaba ensimismado. -Si realmente es esta montaña maldita mi gran enemigo, ¿cómo voy a darle la espalda en lugar de enfrentarme a ella? -Estaba dispuesto el caminante a desolar la prominencia y originar allí una explanada que se confundiera con el entorno circundante. No le importaba morir en el intento. Temía que, al continuar su camino más adelante, mirara atrás y la serranía siguiera teniendo un protagonismo destacado en el paisaje. -¿Tendré que cargar con ese peso en mi conciencia toda la vida? ¿Habrá lugares lo suficientemente lejanos y complacientes conmigo para olvidar el sosiego y virtudes de la vida en el monte?

Ya no le quedaba otra que irse de allí. Ciertamente la vida en la montaña había sido una fatigosa prueba, imprescindible para adquirir pericia. Pero ya había olvidado las dificultades de aquello. El cómo las fuerzas de la naturaleza le habían puteado en el pasado. Se acababa de enamorar de la montaña, justo cuando tocaba desprenderse de todo aquello. Creía haber necesitado siempre ese lugar, con tanta intensidad como en ese momento. Ese momento en el que tenía claras intenciones de hacerlo formar parte del pasado. No había decido él el momento de la partida. -Es el destino, en el que no creo. Ese destino que aparecerá de todas formas, forzoso. -Y a continuación dejó de pensar y empezó a caminar.

15.2.11

Chasquidos al aire

Esta es la historia de un hombre que jugaba a la ruleta rusa sin balas. La práctica de dicha actividad le dejaba exhausto. Concentraba toda su energía en sujetar el revolver y apretar el gatillo. Aun sin fuerzas seguía desvelado y empeñado en su propósito. Buscaba algo que no existía. Sabía perfectamente que el tambor solo tenía aire y aun así se creía a sí mismo un suicida. Cada nueva vuelta, en la que seguía sin consumar su inmolación, le daba esperanzas de que la siguiente fuera la buena. Ilusión y desasosiego poblaban su mente a partes iguales.

El mundo comprendería su propio deterioro al examinar a este espécimen. Sus pocas ganas de vivir eran clara prueba de que algo fallaba allí. Ya era un ejemplo para cualquiera que parase a mirar. Estaba más que muerto y no lo sabía. Pero a nadie le interesaba aquel lunático, y nunca aprenderían nada de él.

9.2.11

Autoestopistas

Ya existe ¿El qué? Todo. Incluso lo que no. Incluso lo que ya había dejado atrás en la carretera. Todos esos sucios moteles que días atrás habían pasado por el retrovisor del coche. No dejaría de apretar el acelerador. Tenía combustible para el resto de su vida. El único miedo que albergaba era llegar a la meta antes de tiempo. Pero lo estaba perdiendo. Conocía el final del tramo a la perfección a pesar de no haber estado nunca allí antes. O se encontraba un nuevo tramo, que por muy desconocido que fuera no era más que un nuevo trecho quizá pavimentado quizá no, o encontraría el final de todo trayecto.

El objetivo del piloto no era llegar cuanto antes. Una vez hubiera bajado del coche dejaría de ser un conductor para siempre. Él solo quería notar la brisa que entraba por la ventanilla entreabierta acariciarle la cara. Pensaba en la posibilidad de parar si algún autoestopista lo requería. Pero los autoestopistas no iban a donde él. Solo el hecho de tener a uno allí en el asiento del copiloto o cualquier otro le haría perturbar su velocidad. Además, no cualquier autoestopista era digno de sus asientos de piel, a pesar de que ya había montado en el coche a más gente de la que le gustaría.

Le estaba pasando por la cabeza la idea de atropellar a todo aquel que anduviera parado en un arcén. Era ese un mundo en el que sin vehículo motorizado no valías mucho. Pero si una intuición le decía que subir a alguien allí no alteraría la ruta, ¿por qué no dejarle subir? Pero una persona tan perdida como para entrar al coche de un desconocido sin indicar un sentido, dejándose solo llevar... ¿Tenía eso encanto o era solo penoso?

Entonces miró a través del cristal de delante. Sus meditaciones sobre el asunto le habían llevado a buscar a alguien con la mirada a pesar de decirse a si mismo que no quería compañía.

No había nadie allí.

8.2.11

El peregrino y la montaña

Tenían que venir los fantasmas a hacerle compañía. No había otra ayuda que le confortara, y realmente tampoco este séquito lo conseguía en absoluto. Las presencias espectrales solo le inquietaban. Era todo melancolía y postración en aquella atmósfera que le oprimía. Recordaba otro tiempo en que esos espíritus habían transitado su nación con cuerpo y alma. Si volvían a errar por allí parecerían duendes o algún otro tipo de ser sin esencia. Y no andarían ya la misma tierra ni época que habían dejado atrás para siempre. Un mundo idealizado que le resultaba lejano e irrecuperable.

Él, ante todo, quería dejar atrás la vida de chamán. Se desharía de esos trapos viejos y dejaría de empuñar su báculo. Ahora pues, tendría que, o bien bajar la montaña, o bien atravesarla. La primera opción parecía bastante asequible. Podría hacerlo rodando o simplemente dejándose caer. Si, por el contrario, tomaba la determinación de cruzar la roca se arriesgaba a no conseguirlo y volver a encontrarse en el punto de partida. Si conseguía atravesar el peñasco, ya fuera pasando por encima de él o haciéndolo reventar, ganaría experiencia para el resto del viaje.

Decide peregrino... decide...
ansiamos conocer tu destino.