9.2.11

Autoestopistas

Ya existe ¿El qué? Todo. Incluso lo que no. Incluso lo que ya había dejado atrás en la carretera. Todos esos sucios moteles que días atrás habían pasado por el retrovisor del coche. No dejaría de apretar el acelerador. Tenía combustible para el resto de su vida. El único miedo que albergaba era llegar a la meta antes de tiempo. Pero lo estaba perdiendo. Conocía el final del tramo a la perfección a pesar de no haber estado nunca allí antes. O se encontraba un nuevo tramo, que por muy desconocido que fuera no era más que un nuevo trecho quizá pavimentado quizá no, o encontraría el final de todo trayecto.

El objetivo del piloto no era llegar cuanto antes. Una vez hubiera bajado del coche dejaría de ser un conductor para siempre. Él solo quería notar la brisa que entraba por la ventanilla entreabierta acariciarle la cara. Pensaba en la posibilidad de parar si algún autoestopista lo requería. Pero los autoestopistas no iban a donde él. Solo el hecho de tener a uno allí en el asiento del copiloto o cualquier otro le haría perturbar su velocidad. Además, no cualquier autoestopista era digno de sus asientos de piel, a pesar de que ya había montado en el coche a más gente de la que le gustaría.

Le estaba pasando por la cabeza la idea de atropellar a todo aquel que anduviera parado en un arcén. Era ese un mundo en el que sin vehículo motorizado no valías mucho. Pero si una intuición le decía que subir a alguien allí no alteraría la ruta, ¿por qué no dejarle subir? Pero una persona tan perdida como para entrar al coche de un desconocido sin indicar un sentido, dejándose solo llevar... ¿Tenía eso encanto o era solo penoso?

Entonces miró a través del cristal de delante. Sus meditaciones sobre el asunto le habían llevado a buscar a alguien con la mirada a pesar de decirse a si mismo que no quería compañía.

No había nadie allí.

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