-El camino fácil es para cobardes -Meditaba ensimismado. -Si realmente es esta montaña maldita mi gran enemigo, ¿cómo voy a darle la espalda en lugar de enfrentarme a ella? -Estaba dispuesto el caminante a desolar la prominencia y originar allí una explanada que se confundiera con el entorno circundante. No le importaba morir en el intento. Temía que, al continuar su camino más adelante, mirara atrás y la serranía siguiera teniendo un protagonismo destacado en el paisaje. -¿Tendré que cargar con ese peso en mi conciencia toda la vida? ¿Habrá lugares lo suficientemente lejanos y complacientes conmigo para olvidar el sosiego y virtudes de la vida en el monte?
Ya no le quedaba otra que irse de allí. Ciertamente la vida en la montaña había sido una fatigosa prueba, imprescindible para adquirir pericia. Pero ya había olvidado las dificultades de aquello. El cómo las fuerzas de la naturaleza le habían puteado en el pasado. Se acababa de enamorar de la montaña, justo cuando tocaba desprenderse de todo aquello. Creía haber necesitado siempre ese lugar, con tanta intensidad como en ese momento. Ese momento en el que tenía claras intenciones de hacerlo formar parte del pasado. No había decido él el momento de la partida. -Es el destino, en el que no creo. Ese destino que aparecerá de todas formas, forzoso. -Y a continuación dejó de pensar y empezó a caminar.
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