Alguien cogió una mierda, la perfumó y le añadió un bonito envoltorio. La forma aspira a confundir acerca de la auténtica esencia de las cosas. Cuando es la población con lo que se comercia también es recomendable darles un mejor aspecto. Tapar sus miserables sentimientos de esclavos e inventar que son parte del mismo equipo. Darles una bandera por la que tirarían su vida a la basura y la sensación de un trozo de tela les protege. Nadie confía en nadie, pero aun así blandirán sonrisas en sus caras que parecen muecas.
La única ventaja en el mundo de las máscaras era para aquel que pudiese crearlas. Mientras que la mayoría del rebaño tenía que adquirir modelos prefabricados de gran tirada, solos los artesanos de las ideas tenían la capacidad de variar sus expresiones según el momento lo requiriese. Y esa libertad era casi como no llevar máscara, pero nadie se daría cuenta porque no sabían lo que era un rostro despejado. El pueblo desconcertado temía la versatilidad del artista, envidiaban algo sin saber el qué. El miedo a la libertad les paralizaba e idiotizaba.
Las máscaras de fabrica por su parte contaban con un fuerte adhesivo. A nadie les gustaban las incómodas preguntas de los niños, pero estos dejaban de preguntar con la máscara puesta. El estado es otra forma de paternidad y la paternidad la forma original de control. Quitarse la máscara duele tanto como arrancar de cuajo el cordón umbilical.
-Llevas una máscara pegada a la cara
-Estás loco
-Prejuicios, el pegamento son tus prejuicios
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