31.3.11

Retraido

Me tapé los ojos para no ver la putrefacta materia de la que estaba hecho el mundo exterior. También los oídos para no escuchar y la nariz para no oler. La lengua me la arranqué a bocados. Y el tacto simplemente lo intenté ignorar... Pero fue otro sentido, uno que me notaba dentro, el que me hizo darme cuenta de que yo estaba hecho de la misma sucia materia que todo lo demás. 

Fundido en el mundo, si no te gusta... intenta cambiarlo.

15.3.11

Uno con más suerte que Paul

Nuestro pulpo no se llamaba Paul. Él era uno más de tantos. Mareado por la corriente cuando ésta andaba agitada y libre buceador, como el que más, cuando el entorno se lo permitía. Carecer de fama le había evitado cosas horribles. Cosas como tener que plantearse algo más que ser un simple pulpo. Mientras Paul tuvo vocación de adivino, nuestro pulpo no aspiraba a más que ser un pulpo. Y así acabó Paul, las aspiraciones superiores, que remedio, mejor dejarlas al hombre. 

Nuestro pulpo tenía ocho brazos, como todos los demás. Y tampoco era más simpático que la mayoría. Se podría decir que tenía una vida tranquila, normal y corriente. A veces, los tentáculos de alguna de sus patas sujetaban cosas. Elegía aquellas del mar que más interesantes le parecían. Algunas pasaban demasiado rápido o no estaban a su alcance. Las que podía agarrar, al hacerlo, las examinaba con cautela. Era un atento observador del mundo, si algo no le llamaba demasiado la atención lo soltaba apenas lo había atrapado. Tantas cosas inútiles circulaban por allí... La contaminación humana era, en gran parte, causa de sus desintereses. En las historias de sus ancestros recordaba grandes aventuras, tesoros únicos de otra época. Quizá los abuelos habían exagerado, o quizá realmente aquello iba a peor. 

Pero en esto que la vida seguía e iba encontrando, muy de cuando en cuando, algún tesoro. Había coleccionado piezas a las que él daba un gran valor. Eran importantes porque eran las suyas, otro cefalópodo no se hubiera molestado en adquirir dichas piezas. Al arrastrar sus tesoros por la arena éstas iban ganando peso al adherirse la tierra sobre ellas. Los días de marea agitada las piezas tendían a alejarse y cada una en una dirección. Las ventosas de nuestro pulpo se esforzaban al límite para no perder ninguna. Este trabajo era realmente duro. En ocasiones llegó a perder de vista partes importantes de su colección. Las piezas que se perdían viajaban con la corriente a zonas peligrosas del mar, de las que ningún pulpo había vuelto jamás.

Un día nuestro pulpo se encontró con algo que le debió deslumbrar. Tenía a su alrededor una espesa nube de polvo y era realmente enorme. Tan grande era aquel artefacto que sus ocho brazos tuvo que usar para apropiárselo. Había dejado sus otras pertenencias a la vista, con idea de no olvidadlas para cuando consiguiera doblegar aquella mole. Mal momento fue. Una enorme corriente se llevó el resto de piezas que formaban su colección. Al menos sabía la dirección que estas habían tomado y podría volver a intentar reponer el conjunto. No podía mover aquella cosa, pero al menos tenía la convicción de que le pertenecía.

Se empezaba a obsesionar. La corriente no le había llevado a él por estar agarrado a algo mayor. Se empezaba a sentir a gusto allí, pegado como una lapa. Al poco rato había olvidado por completo la dirección que tomaron aquellas otras cosas tan pequeñas que había dejado aparte. Ya no tenía orientación respecto a nada que no fuera su ansiada posesión. En algún momento, mientras estaba allí agarrado, olvidó que los pulpos carecen de propiedades privadas. 

La corriente se volvió más peligrosa por momentos. La arena se desprendió de aquello a lo que abrazaba y se vio como no era más que una simple roca. Por momentos dejaba de apreciarla. ¿Qué hacía regalando su compañía a un ser que ni llamarse ser podía? Un ente que no tenía brazos para él. Empezó a temblar la piedra. Era redonda, su naturaleza la hizo rodar sobre la superficie del profundo océano en el que se encontraba. Durante los primeros giros el pulpo intentó seguir allí sujetando. No ya por aprecio a la piedra sino porque su propia supervivencia lo requería.

Los golpes dañaron seriamente su invertebrado cuerpo. La cabeza le daba vueltas. La piedra se le escapó entre tantas vueltas y giros. Él acabó cayendo al suelo. Despertó en un lugar que le resultaba en principio desconocido. Estaba desorientado pero vio a pocos metros una de las pequeñas piezas de su antigua colección. Quién sabe a dónde habría ido a parar aquella mole traicionera ya... y a quién le importaba. Había perdido la movilidad de una pata. Siguió caminando a pesar de ello. Podía haber perdido más, pero allí estaba. Las patas que quedaban sanas le sostenían, apoyadas sobre la tierra. 

Por momentos el pulpo fue más que un simple pulpo, como todos los demás, y pensó. Y tras meditar llegó a una conclusión que nunca jamás olvidaría: Nada le pertenecería jamás que no fuera su propia vida.

7.3.11

Tormento

Se despertó sudando. Acababa de soñar que se bañaba en mierda y le gustaba. Solo era desagradable al pensar en ello insomne. Quería volver a dormir. Ese sueño no se repetía más de una vez por noche. No le importaba perder tiempo si podía levantarse con mejores recuerdos. Una parte de él, la inconsciente, disfrutaba de aquello. Surgía la eterna pregunta: ¿quién soy?, ¿me conozco?, ¿qué se de mí? Había una barrera separando su propio ser en dos. Probablemente si conseguía aunar las partes ajustaría aquel caos. Debería aceptar a su mister Hyde. Su condición humana hacía inevitable la discordia interna que sentía. - ¿Quién ha creado esta perversión en mí? - Se decía. Culpables eran tanto él como el entorno. Todo ello había forjado su indescifrable interior. No había dualidad bien/mal, infinitos factores le habían formado.

Llenó de heces su bañera y se dispuso a entrar. Aquello era repugnante. Verse ante tal situación le hizo regurgitar. Ni él ni su más oscuro alter ego tenían interés en esas deposiciones. El intento hizo desaparecer aquel sueño recurrente. Pero otros aparecieron, otras oscuras perversiones. Siempre habría alguna. Solo el miedo a traspasar las barreras de una moral externa y auto-impuesta le atormentaban. Con el tiempo lo entendería. Con el tiempo aceptaría su esencia y su compleja naturaleza. Un día supo quién era, y fue libre. 

5.3.11

Renacer

Piedras lanzadas desde la calle anunciaban problemas. Se había respirado un clima de tranquilidad los días anteriores. Pero hoy había empezado la revolución. El anciano sabía que le quedaba poco tiempo, no es que le preocuparan las revueltas, ya ni siquiera le interesaba la política. Su vida se consumía y tenía una sensación extraña, sabía que el final estaba cerca. 

Había recopilado unos cuantos de los libros que más le habían marcado a lo largo de los años. Se sentó en su butaca junto a la chimenea y se sumergió en aquellas amarillentas páginas. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba solo en aquella vieja casa de madera. Todo allí estaba cubierto por una gruesa capa de polvo. Su propia sesera estaba ya bastante oxidada. 

Se hallaba en su mundo, emocionado leyendo las frases que en su juventud había subrayado a lápiz. De repente llegó el principio del fin. Un ladrillo rompió el cristal de una de las ventanas de la casa. Pronto fue la puerta lo que reventaron. Él seguía leyendo en la butaca mientras desconocidos exaltados tomaban el control de su hogar. En seguida le despojaron de la mayoría de sus posesiones materiales, las cuales ya poco le importaban. Si tenía algo de valor lo guardaba en su deteriorada memoria. 

En cierto momento alguien golpeó un mueble de madera que fue a caer dentro de la chimenea. De algún modo todo empezó a arder. Durante los primeros minutos el anciano permaneció impasible rodeado de llamas. El último de los asaltantes se le quedó mirando desde la entrada. Sus miradas se cruzaron durante un segundo. Era una joven revolucionaria, sus ojos verdes le hicieron recordar a alguien. En ese momento soltó el libro que sostenía en sus manos y se incorporó. Fue entonces cuando la joven corrió a socorrerle y consiguió sacarle de la casa.

Estaba de pie con el cielo sobre su cabeza. Su antiguo hogar no era ahora más que cenizas. El recuerdo de una lejana historia consiguió poner su corazón a latir a un ritmo acelerado. No se había sentido así en años. Se sentía vivo. La idea de tener que empezar de cero le aturdía, pero no tenía miedo. Todos sus temores durante los últimos años se habían centrado en la muerte. Quizá realmente le quedaba poco tiempo, pero ahora era libre. Sus ganas de vivir resurgían, cual fénix, de aquellas cenizas humeantes.

4.3.11

Equilibrio

Ahí está la cuerda, entre dos tierras. Ahí está el individuo, entre punta y punta, con un pie tras el otro. Avanzará cuando la ventisca amaine. ¿Sabe qué hay al otro lado? No. Pero algo espera, algo ha imaginado, algo que no se corresponderá finalmente con lo que encuentre. Ya sabe que su imaginación ha lapidado esperanzas. Siempre encontró imprevistos. Jamás había tenido corazonadas, ni aquello que llaman instinto, todo lo que venía le era extraño en un principio. Si alguna vez hubiera consultado un oráculo, éste le habría dicho: "te vas a suicidar". No quería predicciones. ¿Qué sentido iba a tener su vida si no podía volver a sorprenderse?

Suficiente le cuesta ya mantener el equilibrio. Mejor dejar tras este paso las conjeturas sobre el siguiente. Si pierde velocidad en cavilaciones peligra su estabilidad. Recuerda el crujir de las cuerdas, ese sonido... No es la primera vez que atraviesa una. Hubo alguna de las pasadas que se rompió, no estaba hecha para él. Pruebas que no llegó a superar. Aunque tampoco esperaba caídas con final. Permanecía en el vacío recordando su soporte extraviado como lo único existente. Pero no cayó en blando. Siempre había un duro golpe tras encontrarse perdido en la nada. Y al mirar arriba, la soga rajada ya era inútil. 

Entonces encontró una que le había llevado a donde se encontraba ahora. Quizá la misma dónde estaba ahora o solo una conexión a ella. El golpe había cambiado su forma de moverse. Y tampoco pensaba como antes. El cambio en la presión atmosférica podía haber afectado su juicio. Fuera temporal o no, tampoco importaba, estaba bien donde estaba, al menos creía saber dónde.

3.3.11

Mierda perfumada

Alguien cogió una mierda, la perfumó y le añadió un bonito envoltorio. La forma aspira a confundir acerca de la auténtica esencia de las cosas. Cuando es la población con lo que se comercia también es recomendable darles un mejor aspecto. Tapar sus miserables sentimientos de esclavos e inventar que son parte del mismo equipo. Darles una bandera por la que tirarían su vida a la basura y la sensación de un trozo de tela les protege. Nadie confía en nadie, pero aun así blandirán sonrisas en sus caras que parecen muecas.

La única ventaja en el mundo de las máscaras era para aquel que pudiese crearlas. Mientras que la mayoría del rebaño tenía que adquirir modelos prefabricados de gran tirada, solos los artesanos de las ideas tenían la capacidad de variar sus expresiones según el momento lo requiriese. Y esa libertad era casi como no llevar máscara, pero nadie se daría cuenta porque no sabían lo que era un rostro despejado. El pueblo desconcertado temía la versatilidad del artista, envidiaban algo sin saber el qué. El miedo a la libertad les paralizaba e idiotizaba.

Las máscaras de fabrica por su parte contaban con un fuerte adhesivo. A nadie les gustaban las incómodas preguntas de los niños, pero estos dejaban de preguntar con la máscara puesta. El estado es otra forma de paternidad y la paternidad la forma original de control. Quitarse la máscara duele tanto como arrancar de cuajo el cordón umbilical.

-Llevas una máscara pegada a la cara
-Estás loco
-Prejuicios, el pegamento son tus prejuicios