Piedras lanzadas desde la calle anunciaban problemas. Se había respirado un clima de tranquilidad los días anteriores. Pero hoy había empezado la revolución. El anciano sabía que le quedaba poco tiempo, no es que le preocuparan las revueltas, ya ni siquiera le interesaba la política. Su vida se consumía y tenía una sensación extraña, sabía que el final estaba cerca.
Había recopilado unos cuantos de los libros que más le habían marcado a lo largo de los años. Se sentó en su butaca junto a la chimenea y se sumergió en aquellas amarillentas páginas. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba solo en aquella vieja casa de madera. Todo allí estaba cubierto por una gruesa capa de polvo. Su propia sesera estaba ya bastante oxidada.
Se hallaba en su mundo, emocionado leyendo las frases que en su juventud había subrayado a lápiz. De repente llegó el principio del fin. Un ladrillo rompió el cristal de una de las ventanas de la casa. Pronto fue la puerta lo que reventaron. Él seguía leyendo en la butaca mientras desconocidos exaltados tomaban el control de su hogar. En seguida le despojaron de la mayoría de sus posesiones materiales, las cuales ya poco le importaban. Si tenía algo de valor lo guardaba en su deteriorada memoria.
En cierto momento alguien golpeó un mueble de madera que fue a caer dentro de la chimenea. De algún modo todo empezó a arder. Durante los primeros minutos el anciano permaneció impasible rodeado de llamas. El último de los asaltantes se le quedó mirando desde la entrada. Sus miradas se cruzaron durante un segundo. Era una joven revolucionaria, sus ojos verdes le hicieron recordar a alguien. En ese momento soltó el libro que sostenía en sus manos y se incorporó. Fue entonces cuando la joven corrió a socorrerle y consiguió sacarle de la casa.
Estaba de pie con el cielo sobre su cabeza. Su antiguo hogar no era ahora más que cenizas. El recuerdo de una lejana historia consiguió poner su corazón a latir a un ritmo acelerado. No se había sentido así en años. Se sentía vivo. La idea de tener que empezar de cero le aturdía, pero no tenía miedo. Todos sus temores durante los últimos años se habían centrado en la muerte. Quizá realmente le quedaba poco tiempo, pero ahora era libre. Sus ganas de vivir resurgían, cual fénix, de aquellas cenizas humeantes.
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